Colectivo 168 a constitución,
Las bufandas y los cafecitos se roban el protagonismo
Y como se imaginaran, en el sopor de la tarde otoñal medio colectivo viaja durmiendo. Los cuerpos de los afortunados que encontraron un asiento no ofrecen resistencia y en peso muerto se entregan al reposo. Sus cabezas cuelgan de sus cuellos y se balancean con el movimiento.
Yo soy de los afortunados del fondo, aunque la señora de bufanda roja de al lado se me caiga encima cada vez que pasamos un lomo de burro.
Mocasines beige, pantalón gris de vestir, tapado negro de pana, bufanda cuadrille, barba desprolija y de distribución irregular, anteojos de marco y aumento notables, cabello corto, oscuro, ondulado y grueso. Accesorio: mochila de tela impermeable azul marino. Otro afortunado del sector de asientos dobles. Lo hubiera confundido con un estudiante de derecho, pero tengo olfato sensible para la fragancia bohemia.
Después de tan minuciosa descripción no hará falta aclarar que desde que le clavé la mirada no pude arrancarsela, pero aunque estaba absorta por la fantasía todavía podía controlar mi nivel de intimidación. Entonces revoleaba forzadamente la mirada hacia ningún punto fijo cuando me parecía pertinente, es decir, cuando él volteaba.
¿Cuantas fantasías secretas habrán sucedido en ese mismo colectivo? ¿y en todos los colectivos que recorren la cuidad? ni hablemos del subte... andar bajo tierra tiende a hacer toda fantasía mas poética aun.
¿Cuántas otras señoritas solteras se estarán enamorando en este mismo instante?
La señora de bufanda otra vez encima mio. Me desconcentra mientras estoy perfectamente decidida a atraerlo con el poder del pensamiento al asiento de junto que se ha desocupado.
Primer punto a favor: es amable, le dejó su asiento a una anciana. Ahora esta de pie y yo lo llamo.
Scalabrini y Corrientes y una cola de diez personas esperando abordar. Son mis últimos segundos para conseguir mi cometido.
No lo conseguí. ...A veces dudo de los verdaderos alcances de la telepatía.
El parece inmutable ante mi llamado silencioso, como si hubiera algo mas importante que mirar por la ventana.
Mi trayecto va llegando a su fin y casualmente él también se dirige hacia la puerta, eso reaviva mi esperanza. Quizás alguna frenada abrupta podría hacerme caer en sus brazos, o tal vez este desorientado y necesite preguntarme por alguna dirección.
Ante la cosquilleante desesperación que provoca saber que en pocos segundos no lo veré nunca mas en mi vida la mente fabrica cualquier tipo de incongruencias para salvar el instante.
Me mira, lo miro, sostengo suspicazmente la mirada hasta darle a entender que noté su presencia y medio segundo antes de que se de cuenta que en los últimos veinte minutos yo ya me casé con él. No se quien de los dos bajo primero la mirada... prefiero pensar que fui yo.
Bajamos, caminamos en la misma dirección, pero el se adelanta mucho en pocos metros, y sin quererlo todo se transformo en una persecución, aunque no era eso lo que yo deseaba. De todas maneras aproveché la circunstancia para alimentar otra esperanza: volteará para ver si sigo ahi...
No lo hizo.
En ningún momento.
Nunca.
Se acerca el cruce de Rivadavia y Medrano, una ultima esperanza: tomará Rivadavia y entraremos al mismo edificio, seremos vecinos, nos casaremos y nuestros hijos se llamarán León y Alma.
Siguió por Medrano
Y a mi se me escapo la ultima esperanza con un suspiro largo mientras esperaba el semáforo.
lo miro de costado, diluyendose entre caminantes y distancia mientras que el campo visual se me colma de perfiles de decenas de personas que también esperan cruzar. Hasta que finalmente su diminuta silueta se esconde detrás de una nariz.
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